Los socialistas leoneses consiguen eliminar el término región por inexistente del enunciado de la estructura orgánica del PSOE y ofrecen otros más ajustados a la realidad de la gente y el territorio
Beatriz S. Olandía
Desde que se aprobara el nuevo estatuto de autonomía -en octubre del 2007-, muchos se habían resistido a conmutar la palabra regional por autonómico, un simple trueque nominal para algunos, pero una muestra de justicia histórica para muchos otros. «La comunidad autónoma de Castilla y León surge de la moderna unión de los territorios históricos que componían y dieron nombre a las antiguas coronas de León y Castilla», reza el texto, poniendo cada cosa en su sitio. Un acierto en la teoría, pero un fallo más que semántico en la práctica. Sin embargo, los políticos de la comunidad, independientemente de su color, han obviado sistemáticamente esta consideración, quién sabe si por desconocimiento o a sabiendas del error, olvidando lo que no hace mucho aprobaron en las Cortes de Castilla y León. Las diferentes sensibilidades de la comunidad -una manera bastante sutil de definir el asunto- han sido obviadas por temor a lo «políticamente incorrecto». Ahora, el Partido Socialista de Castilla y León recoge, no tanto el guante arrojado por el estatuto, ésa es su excusa, y sí el del PSOE de León, «para tener el cuenta el sentir de todos los ciudadanos de la comunidad». Su congreso ya no es regional, es autonómico, al igual que lo será la ejecutiva y el comité que surja de la cita del próximo fin de semana. Órganos nuevos que reconocen a los leoneses un derecho ya antiguo -más que el de la propia comunidad-, el de equiparar León a Castilla, al menos en el nombre, porque para el resto aún habrá que esperar, en contra, por cierto, de las intenciones mostradas desde 1980 por una parte de los militantes y cargos destacados de la Federación Socialista Leonesa. El de los socialistas es el primero de una serie de gestos que deberían proliferar entre la clase política de la comunidad, tan acostumbrada a aprobar textos estéticamente perfectos, pero vacíos de contenido.
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