Diario de Leon - 12/04/2009
Filandon - Nicolas Miñambres
Cultivador de diversos géneros literarios, José Pedro Pedrerira se adentra en esta obra en el campo de la novela histórica, recreando la vida de Alfonso VI, uno de los monarcas más relevantes de la Edad Media. No hay que olvidar que (en un momento pobre culturalmente en estos ambientes cortesanos) AlfonsoVI recibe una educación exquisita, sólo imaginable en tiempos del cortesano renacentista. No hay duda de que la obra persigue un objetivo complejo, habida cuenta de que la perspectiva literaria elegida es una mirada hacia el pasado. Una visión retrospectiva desde los umbrales de la muerte; «con la añoranza del guerrero que debe abandonar el campo de batalla», se lee en el comienzo de esta evocación del monarca. A ese adiós a tantas gestas se une un intenso sentido de tristeza y debilidad, presente en diversos pasajes: «postrado en mi lecho de muerte, débil como el último pétalo de una flor», el monarca va desgranando sus recuerdos, en los que siempre está presente la figura de Urraca su hermana, persona por la que siente un afecto intenso y turbador. Además de la apasionada admiración por la figura de su padre, Urraca y Pedro Ansúrez son el soporte humano de Alfonso VI. Pero son especialmente el símbolo de sus dos objetivos vitales, el amor y la guerra. Urraca (evocada en las pp. 215 y 216, de forma muy bella cuando la vejez ronda su vida) será testigo silencioso de las abundantes experiencias amorosas de Alfonso VI, a las que casi nunca puso ni límite, a pesar de su confesión: «Nada daña tanto la salud del hombre como las heridas que sufre en el fondo de su corazón». Pedro Ansúrez (y de forma menos relevante Sisnando Davídiz) serán el complemento humano y militar en las intensas campañas bélicas.
De esta forma José Pedro Pedreira va rescatando una personalidad rica, en la que como advierte, en el subtítulo, se presenta una «vida pública y privada». Es difícil decidir cuál de los dos aspectos vitales puede resultar más interesante para el lector. Si las experiencias familiares y amatorias del monarca van descubriendo diferentes personalidades femeninas, las actividades bélicas muestran variadas geografías, espacios y culturas en los que el novelista ofrece visiones enriquecedoras. No hay que olvidar que Alfonso VI guerrea contra los árabes, pero no es su único objetivo. Tiene contacto con la cultura de Borgoña, recorre el Camino de Santiago para revitalizarlo y conquista ciudades tan relevantes como Valencia o Toledo, esta última de atractivo intenso para el monarca. Con todo, el fervor por lo leonés, y especialmente por Sahagún, será invariable a lo largo de su vida. Eso explica que también se acerque con pasión a la cultura de Cluny, decisiva en el mundo religioso facundino.
La larga serie de experiencias amatorias y bélicas, así como la condición casi renacentista del monarca, es el material con el que José Pedro Pedreira logra una atractiva semblanza, que culmina en ese final próximo al más Allá: «Alguien, me costaría decir quién, vierte líquido en una pequeña vasija de plata que acerca a mis labios con intención de humedecerlos».
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