viernes, 23 de mayo de 2008

En Canarias, con nostalgia deLeón

PRENSA - Diario de Leon- 08/05/2008

TRIBUNA

Joaquín Cuevas Aller

el sonido del mar. La suave brisa del aire marino. La blancura de las olas al chocar. La oscuridad de esas rocas volcánicas. El azul y el verde marino. Todo es sinfonía armoniosa que hace que, cuando los ojos se cierran, flote en mis pensamientos que me llevan de viaje lejos, muy lejos... cerca muy cerca.

Estoy en Gran Canaria, la isla menos afortunada, dicen, del archipiélago pero, qué confundidos están si esa fortuna es sólo por el turismo. Sol, mar y montaña, montaña que me recuerda mi León querido y sus ríos llenos de vida, con agua fresca y cantarina. Aquí no corren cursos de agua, pero el líquido elemento es «oro» para sus gentes, oro que saben recuperar como nadie y guardar como pocos.

Esa montaña, árida a primera vista, está llena de verdor. Esa montaña de roques y más roques, hasta llegar al Nublo, se convierte en cobijo del líquido elemento, con la presencia de múltiples presas donde he visto navegar, próximos a sus orillas, a hermosos ejemplares de carpas y otros peces.

Estoy en Canarias aprendiendo a aprender lo que es un mar de sueños sobre la pesca marina que desconozco y que en nada se parece a la de los ríos leoneses donde habita la singular pintona. Estoy en Canarias, donde sus gentes, afables y cordiales, atentas, dulces, suaves, con hablar aterciopelado, te invitan a quedarte.

Estoy en Bocabarranco, Gáldar (Gran Canaria), entre plataneras, dragos, tuneras y frente a la Montaña Sagrada de los Guanches, cuyo espíritu me embarga, convirtiéndome en nostálgico. Islas de fobias y folías, de cantos y llantos, de vida y muerte, de mar, mucho mar... de paz y amor, de antifaces y carnavales, de tuneras y castaños, de nogales e higueras, de manzanos y perales, de aguacates y tomates, de papayas y mangos... de pesca, mucha pesca. Aquí estoy para contárselo y cantárselo, con argumentos y aprendiendo a pesar en mar, que nunca es tarde, aunque mi retina me lleva hacia el Torío, Bernesga, Duerna, Curueño, Luna, Órbigo, Omaña, Porma, Eria, Selmo, Sil, Cúa, Burbia, Ponjos, Tuerto, Cea... o el padre Esla.

Estoy en Canarias pero sumido en mi León querido y preguntándome por qué si aquí el agua es «oro», allí, con 3.000 kilómetros de ríos trucheros, cursos que emergen del vientre de Picos de Europa o los Montes de León, bajando hasta el Páramo o Tierra de Campos, no somos capaces de mantener ese bien natural a la altura de lo que necesitan las truchas para subsistir.

Estoy en Canarias pero bebiendo en ti, León. Bebiendo de tus cosas y tus gentes, soñando lo mal que te hemos tratado, a pesar de lo mucho que das. Soñando, ilusamente, que llegará ese día en el que sepamos devolverte lo que es tuyo y que te hemos robado a base de contaminación y otros despropósitos.

Estoy en Canarias preparando mi caña de nueve pies, mimando mis moscas y observando cómo mis sueños se podrán convertir en realidad, pudiendo pescar en el Omaña o en el Curueño.

Estoy en Canarias sin poder estar ahí, sin poder ver esas maravillosas frezas de nuestra singular pintona, en la tablona de Nocedo de Curueño, en plena montaña leonesa, o en el puente de Serrilla, con su impresionante montaña rocosa, de colores grisáceos, Torrecerredo, en el fondo.

Estoy en Canarias pensando en los amigos de pesca y las ganas que tengo de abrazarlos y estar con ellos en plena naturaleza, con la bota de vino, el chorizo y el pan de leña de mi León.

Estoy en Canarias, con clima benigno, pero palpando los fríos inviernos de León, las heladas que nos encontramos en la montaña o a la vera de casa, y recordando el olor a humedad, a hierba recién cortada, a los hongos que recolectaba en las verdes praderas de Oteruelo de la Valdoncina, entre cardos y tomillos, entre espinos y monte bajo, o los níscalos de los pinares de Santamar, mi coto de caza, donde en la caseta del tío Mario, después, los preparábamos.

Estoy en Las Palmas ahíto de ti León, de tu paisaje, de tus gentes, de tus monumentos, como la Pulcra, San Isidoro, el Palacio de Botines, de Gaudí, la plaza del Grano, el Barrio Húmedo, los vinos y sus tapas, los amigos de la Viña H o Las Lleras, de Pepín.

Estoy en Canarias soñando despierto en un amanecer, en el que, caminando hacia la radio, me empapaba de los ciruelos chinos en flor, frutales puestos en fila india, como sus castaños, que llenaban aceras y jardines de un color rosáceo, angelical y el olor especial que inundaba el ambiente, cada primavera, en el paseo de La Condesa de Sagasta, con San Marcos completando el norte y el León Arena, al Sur, en Papalaguinda, con el Bernesga, canalizado, entre el viejo puente medieval y el moderno de Los Leones, con Guzmán de vigía, indicando a la estación.

Estoy en Canarias con nostalgia de ti, León.

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