martes, 30 de septiembre de 2008

Un monumento para nuestros músicos tradicionales

Prensa - Diario de Leon - 20/09/2008

TRIBUNA
HÉCTOR-LUIS SUÁREZ PÉREZ

LA CIUDAD de Astorga, merced a su Ayuntamiento a través de su Concejalía de Cultura Tradicional y por iniciativa la asociación cultural «la caleya», durante este verano ha protagonizado la loable iniciativa de comenzar a homenajear públicamente a los músicos populares y tradicionales. En esta ocasión, tres reconocidos representantes de este gremio de ministriles han sido objeto del merecido reconocimiento. Me refiero en concreto al tamboritero maragato Maximiliano Arce y a los gaiteros cabreireses Moisés Liébana y Domingo Losada.

Parece ser que tal inercia probablemente no quedará en lo puntual y pretende materializarse en un homenaje plástico permanente. Sobre todo, teniendo en cuenta que dicha institución, complementando esta iniciativa, ha hecho pública su loable intención de embarcarse en el proyecto de la promoción en un próximo futuro de un monumento dedicado al tamboritero maragato. Esto va a ser posible, como indicase su teniente de alcalde Enrique Soto en el marco de las veraniegas Jornadas de Cultura Leonesa dedicadas a la música tradicional leonesa y en concreto durante su conferencia de apertura, gentilmente a mi encomendada.

Obvio resulta en cualquier lugar el elogio al simple planteamiento de una iniciativa de esta magnitud. Sentimiento plausible que se enraíza tanto desde el técnico ámbito etnomusicológico e iconográfico musical, como desde las mas sensibles y generalizadas perspectivas del sentir popular provincial. En especial, para gran parte de nuestros paisanos maragatos, quienes seguro acogerán bien el proyecto, pues representa una ocasión mas para reforzar, su de sobra bien reconocido, sentido identitario grupal.

Pero, ¿por qué un homenaje de esta índole? Sencillamente porque, como para todas las culturas de la totalidad los territorios que integran el variado mosaico comarcal y regional que constituye nuestro país hispano, la figura y el quehacer de los músicos populares y tradicionales ha sido y es considerada socialmente como un valor cultural, apreciado, e importante.

Desde la más remota antigüedad, instrumentistas, instrumentos y sus respectivas producciones musicales, han coprotagonizado todo tipo de momentos en nuestra historia y en base a ello han recibido una justa compensación moral colectiva a su dedicación, entusiasta, vocacional y laboriosa. Momentos acaecidos en todo tipo de circunstancias y situaciones: alegres, tristes, heroicas, trágicas, evocadoramente melancólicas de la ausencia o lejanía de la tierra madre, exaltadores de un sentido de identidad localista, etc. Momentos desarrollados en situaciones públicas, privadas, individuales o colectivas, masivas o restringidas, ya se ubiquen en ámbitos profanos como de cariz religioso y encarnadas en la paz, la guerra, el júbilo o el desastre. En resumen, que en función de ello, tradicionalmente han alcanzado un elevado nivel de relevancia social y con ello, un elevado grado de consideración y reconocimiento público del trabajo y figura de los tamboriteros, alcanzado atendiendo a su talento y quehacer musical o también incluso a la valoración de las bondades de la herramienta habitual de trabajo sonoro.

No obstante, esta iniciativa monumental aplicada a nuestros queridos tamboriteros, solo logrará su auténtico objetivo si efectivamente se hace realidad bajo un serio y digno proyecto y un «soporte de calidad», artísticamente hablando. Así representará una significada oportunidad para nuestro enriquecimiento en términos patrimoniales materiales e inmateriales.

Obra destinada a integrar un patrimonio enorgullecedor, que evita la precariedad del «kitsch», mal gusto y las manifiestas carencias artísticas auspiciadas por la menguada economía y que, por supuesto, presenta una refutada y prestigiosa autoría. Paternidad de concepción y factura que suele ser convenientemente seleccionada entre varios bocetos de reputados artistas y para la cual, su justo precio, a veces en apariencia inicialmente caro, no representa una traba al proyecto pues, para sus perspicaces promotores, es claro que asumirlo constituye a la larga una auténtica inversión en la creación de riqueza para la ciudad.

Centrándonos en las artes plásticas y en concreto en la estatuaria y obviando por razones de espacio menciones a otros periodos, observamos en toda España que, a lo largo del siglo XX, se han erigido monolitos, bustos y estatuas homenajeando a estos personajes y todo lo que representan. En unos casos, de modo personalizado, como por ejemplo en el caso de la dedicada al dulzainero y folklorista Agapito Marazuela, en Segovia. En otros y con carácter alegórico, dedicadas a figuras, conjuntos instrumentales o vocales, etc., planteadas artísticamente desde perspectivas figurativas o abstractas, de modo indistinto.

Así, a modo de resumido corpus de ejemplos, podemos encontrar representaciones figurativas de instrumentistas organológicamente parientes de los de nuestra flauta y tamborín en las lejanas y rocieras tierras de la Aldea, en Ayamonte (Huelva). O en otras geográficamente mas próximas, como en el caso del «tamboritero charro», obra de 1977 del salmantino Agustín Casillas. Por no olvidar las nuestras leonesas, artísticamente mas modernas y de factura claramente popular o modesta, como son el naif tamboritero maragato de Luyego o el busto dedicado al celebérrimo tamboritero Aquilino Pastor, en Santa Catalina de Somoza.

Pero no concluye aquí este breve listado de ejemplos. Encontramos otras representaciones en las dedicadas al gaitero gallego o asturiano con su fole, erigidas en Santa Cruz de Ribadeo, Ortigueira, o en la misma Asturias, o en la se que homenajea a los participantes en la tradición de los «auroros» con sus campanillas o esquilas, materializada a través de la estatua erigida ante la estación ferroviaria de la navarra villa de Estella.

También quisiera resaltar que, en calles y plazas a lo largo del territorio español, podemos encontrar representaciones escultóricas de intérpretes o conjuntos musicales populares y tradicionales vinculados a una celebración tan popular como es la Semana Santa. Es el caso de las dedicadas a «el Merlú» o al «Barandales» en la capital zamorana, o en Cáceres a figura su homóloga, así como la recientísima del «Tararú», sita ante el Convento de Santo Domingo de Palencia. Por no olvidar mención del «Judío» y su tambor, ya sea «coliblanco o colinegro», en la cordobesa Baena. Las dedicadas al «tamborilero» en Alcañiz y Calanda, al «tamborista» en Mula, o a los tambores protagonistas de «tamborradas» de todo el Levante y Andalucía, llevadas a efecto en lugares adscritos a esta tradición como la propia Baena, Hellín, Tobarra, Mula, Híjar, Moratalla, etc. Pero en relación a ello ¿Cuánto tendrán que esperar para correr igual suerte nuestra «Ronda de Jesús» y resto de «Rondas» leonesas, «Llambrión» y Corredores» ponferradinos, «Trompetas de la Domínica» astorganas, «El Bombo» y «La Trompa» facundinos, o sus homólogos de Villafranca del Bierzo, el clarín y el tambor capitalinos, etc.?

No faltan tampoco las muestras alegóricas y de motivos menos concretos, mas generalistas en lo relativo al intérprete, igualmente dedicadas a temas como la tamborrada o su protagonista el tambor, como ocurre en Ijar. Así como las que atienden a otros géneros musicales relacionados con distintos momentos del calendario festivo anual. Es el caso del flamenco, con la estatua erigida en Algeciras a un Paco de Lucía «guitarra en mano», o al mismo instrumento formando parte del monumento a la Jota en Zaragoza.

De carácter temporalmente mas efímero por sus materiales de realización se presentan homenajes a estos músicos a través de figuras como los gigantes y cabezudos, que en varias localidades baleares representan tamboriteros de flauta y tambor o «fabiolers» y a tañedores de cornamusas o gaitas. Otras se vinculan a los «peleles» autómatas que públicamente tañen las campanas de muchos relojes. Es el caso del Ayuntamiento de Toreno, o el mas significado de Astorga, con su entrañable pareja de maragatos Juan Zacunda y Colasa tañendo las horas, así como el famoso maragato en la torre de la iglesia de Boñar, tantas veces cantado en la famosa «Jota de Boñar».

En conclusión, estimados lectores, estén tranquilos tras lo expuesto que, de llevar adelante este proyecto, seguro y una vez más nuestros paisanos astorganos nos van a sorprender gratamente conduciendo a buen término esta loable iniciativa y sumándose con ello al conjunto hispano mencionado. Esperemos que, además, su gesto represente el punto de arranque de propuestas similares de otros corregimientos provinciales dedicadas, por ejemplo, a elogiar figuras homólogas como el gaitero, el tamboritero berciano, fornelo, orbigueño o cepedano, al acordeonista de nuestras comarcas «patsuezas», al rabelista, al dulzainero y al tamboritero, a las pandereteras, al campanero, al tañedor de «turullo» de las «veceras», etc. con las que enriquecer nuestro patrimonio.

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